7 de mayo de 2008

Hay un pingüino en mi azotea






HAY UN PINGÜINO EN MI AZOTEA


¿Recuerdas que me pediste un resumen de nuestra relación? Bien, la voy a hacer como si fuera una casa. Cuando nos conocimos todo era dulce, como la entrada. Me enseñaron que siempre hay que mostrar la cara buena a los invitados. ¿No? Yo vivía como un gnomo en un jardín, siempre feliz, ajena a lo que pasaba a mí alrededor. Cuando estaba contigo siempre era todo de color rosa, el aire tenía un cálido aroma y tú irradiabas en los días más oscuros, alumbrando cualquier huella de pena. Todo lo bueno se acaba pronto. Subamos un piso más. En las habitaciones casi todos tenemos fotos de amigos, por aquel entonces tú estabas haciendo que esos retratos se desvanecieran en el olvido. Tú te aferrabas a mi amistad como un timbre lo hace a un dedo e impedías que me relacionara con otros. Te resistías a que pudiera olvidarte. No pienses que no intente dejarte, aunque no alcancé el éxito. Los días pasaban y limaban mi dulce cara, de la que ahora ya solo queda una vaga presencia de lo que era antes. Si levantas la alfombra podrás ver toda la suciedad que allí oculté, mejor dicho, donde tú te ocultaste. Doy las gracias a que alguien consiguió destaparte, y despertarme de este inhóspito letargo. La azotea, esta es la última estación de nuestra dependencia. A estas alturas puedo asegurar que hubo un pingüino en la azotea. Ese pingüino era yo, un ser frío al que ya no le inquietaba nada. Vivía solo por y para ti. Mi dependencia, al igual que mi odio, era como una bola de nieve que baja por una ladera, cada vez se hacía más grande e imparable y solo se podía parar con la ayuda de alguien. Fui afortunada al tener una familia que me quiere y unos amigos que perdonan, gracias a ellos hoy estoy aquí, contándote cómo fue mi relación con las drogas y esperando a que tu no seas capaz de crear una secuela de esta historia.
Rocío Boadella 2n eso A

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